dimarts, 5 d’agost del 2014

Recuerdos de aquello que un día fue y nos hemos encargado de que ya no sea

Y de las cartas, ¿qué se sabe? Hoy en día solo se reciben las del banco, la de la luz, la del agua, del gas, del teléfono móvil… nada que dé aquella ilusión como cuando se recibían las de alguien querido.
Pues con el desuso de este trozo de papel metido dentro de un sobre, también se ha perdido esta ilusión, esta magia… ¡Qué pena!
Qué bonito era, llegadas las navidades, recibir cartas de felicitaciones. O, de vez en cuando, abrir el buzón y encontrarte un sobrecito con una postal firmada por tu amigo.

¿Qué es lo que ha fallado? Supongo que la inmediatez que nos ofrece la tecnología no nos la da una carta. Parece que ya no sabemos esperar. Lo queremos todo ahora, ¡ya! Una pena, la verdad.

Aunque con la tecnología ha pasado algo similar. ¿Qué fue de los SMS? Los podríamos comparar con una carta –ya sé que no es lo miso pues una carta es una carta-. Ya sólo se reciben los de la compañía de teléfono para decirnos que hemos agotado las megas de internet o los de una publicidad cutre con un descuento ridículo de una determinada marca de ropa. O los del banco, que nunca los entiendo, como sus cartas.

No mentiría al decir que la mensajería instantánea a través de los dispositivos móviles inteligentes nos ha proporcionado una conexión casi –el casi es para aquellos que duermen, al menos, unas horas sin estar pendientes del móvil- de veinticuatro horas con el mundo. Pero creo que hay ocasiones –podéis llamarme cutre, antiguo o lo que sea si queréis- en las que el SMS debería usarse.   

Hay cosas tan importantes que decir y tan especiales que se merecen ser elevados a categoría de mensaje de texto y no a simple mensaje gratis e instantáneo.

Un “¡Te quiero!” por ejemplo. ¿No es mejor el gozo que se tiene cuando este se recibe mediante un antiguo SMS? Es una emoción doble. Primero la de recibirlo y segundo, el contenido.

Como digo, hay cosas especiales que deben tener un reconocimiento diferente.  Desde mi punto de vista, los “uatsáp” convierten en mediocre ese mensaje especial que queremos mandar. Tenemos la mala costumbre de querer decir todo en cada instante. Desde lo más relevante hasta el mensaje estúpido que nos advierte de nuestra mala suerte –supuestamente- si no enviamos la cadena a diez personas.  Así, al mandar un SMS lo que queremos decir adquiere una cualidad que no tiene el mensaje de “Me aburro, ¿hacemos algo?” mandado por desde un aplicación.

Es por esto que aquello antiguo, cual mensaje de texto o carta, debería recuperarse para las cosas especiales. Porque así es doble la ilusión que nos transmite.

Por otra parte, y completamente diferente, ¿qué ha sido de los teléfonos en los bares? Los típicos azul y verde de la compañía que todos conocemos por estos colores.

Me acuerdo que cuando era pequeño siempre quería ser mayor para poder usar uno. Pues ya veo que no va a poder ser. ¿Qué daño hacían? Ninguno. El daño –que no es tanto, debo reconocer. Bueno, daño no sería la palabra. Entiéndase tal vocablo para dar drama-  es el que me han hecho al arrebatarme esta ilusión.

¿Y las cabinas de teléfono? Son pocas, ya, las que veo por la calle. Bueno, ahora no me viene en mente dónde vi la última. Así que supongo que ya no quedan. Si todavía hay alguna en pié, mi más sincero respeto, apoyo y reconocimiento. Grande, el trabajo que hicisteis en su momento. Supongo.

Sí, soy plenamente consciente que estaba hablando de las cartas y los mensajes de texto y ahora me he pasado a la telefonía. Pero es en este recordar de aquello que un día fue que me vienen en mente estas cosas, diferentes pero iguales pues nos hemos encargado de que ya no sean. Porque sí, señores – y señoras también, aquí no se excluye a nadie, pues entiendo que en señores están las señoras- nosotros nos hemos encargado de hacer que todo cambie.

Por cierto, es curioso, ¿no?, que los “hipsters” tanto que van de ‘vintage’ y de ‘retro’ no hayan recuperado esa tradición de enviar SMS o cartas. O que no hayan colgado una banderita en el balcón reclamando cabinas de teléfono por la calle.

En fin, que la vida da muchas vueltas y la humanidad es una caja de sorpresas.