Cuesta
tanto ser uno mismo. Tener la capacidad de centrarse en tus propios
ideales, dejando atrás las opiniones y/o críticas de los demás.
Todo
esto en un mundo de hipócritas en el que se nos dicen ideas tan
estúpidas como “todo vale” o “todo tiene cabida” cuando, en
realidad, nos seguimos sintiendo asustados por lo diferente.
¿Hasta
cuando va a haber mentes retorcidas que no acepten el paso del tiempo
y, con este, las nuevas tendencias?
¿Hasta
cuando vamos a tener que diferenciar los que tienen que decir que son
homosexuales de aquellos quienes se da ya por hecho que les gustan
las personas del sexo opuesto?
Hace
unos meses empecé a cuestionarme todo de mi. ¿Quién era, qué
quería, dónde iba...? Pero, sobretodo, quise indagar más en mi
propia sexualidad. Era un campo que, hasta entonces, nunca me había
planteado, al menos, de forma clara, seria y contundente.
Quise
buscar en la más profundidad de mi ser personal, aquellos rincones
tan escondidos que, por no mostrar, no mostramos ni a nosotros
mismos. Más o menos sabía lo que quería o esperaba encontrar. Sólo
era cuestión de iluminar esta parte, mostrarla, primero a mi y
después al resto del mundo. De igual manera que voy con la cara
descubierta por la calle, no veo la razón de esconder esto que
estaba tan desenfocado.
Después
de muchas noches pensándolo, contemplando diferentes posibilidades,
de cuestionarme mis gustos y tendencias; después de pasar este
escáner por mi más profundo yo, llegué a la conclusión que lo
único que necesitaba era conocerme.
Conocerme
y escucharme. Tenía que mirar a mi interior y saber quién era el
verdadero yo. Re-descubrirme.
Después
de todo me presenté a mi mismo, como si me presentaran a alguien
nuevo. Una nueva persona que se conocía muy bien, que se quería aún
más, no por lo que era, más bien por quién era.
Es
en este re-descubrimiento en el que he aprendido otras muchas cosas.
A ser uno mismo, por ejemplo, más auténtico.
Como
dice La Agrado, personaje interpretado por Antonia San Juan en la
película Todo sobre mi madre
del gran Almodóvar -¡Ay, mi Pedro!- “una es más auténtica
cuanto más se parece a lo que ha soñado de si misma”.
Y es que hemos venido al mundo
para ser nosotros mismos. Sin armarios que valgan ni opiniones ajenas
que importen.